" Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!"
"Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes;
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas,
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará en este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro,
voy entre pena y pena sonriendo."
"Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.
Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.
¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
tus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.
Quiero que vengas, flor desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo."
Estos tres poemas pertenecen a El rayo que no cesa de Miguel Hernández (1910-1942). Este poemario está escrito durante 1934 y 1935, momentos de graves convulsiones sociales y políticas que afectarán a Miguel provocándole una fuerte crisis.
Con 24 años Miguel viaja a Madrid y conoce, entre otros, a Pablo Neruda yVicente Aleixandre. Su acercamiento a estos poetas inicia la evolución ideológica que lo conducirá a alejarse de Ramón Sijé y todo lo que él representaba: catolicismo, lecturas del Siglo de Oro, gusto clásico y conservadurismo político. Así, de una poesía enraizada en la tradición literaria, se va deslizando a las osadías de la expresión impura; de un amor místico (recordando a San Juan) pasará a un erotismo pasional y carnal. En estos años Miguel no solo madura literariamente, sino que adoptará posiciones de compromiso beligerante con la llegada de la guerra.
Miguel Hernánez fue consciente de este cambio y reflexionó sobre ello. En una carta que le escribió a D.Juan Guerrero, en junio de 1935, dijo: " Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta obra [el auto sacramental] y ni pienso ni siento muchas cosas de las que digo allí [...]. En el último número aparecido recientemente de El gallo crisis sale un poema mío escrito hace seis o siete meses: todo en él me suena extraño. Estoy harto y arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios y de la tontería católica... estaba mintiéndome a mi voz y a mi naturaleza terrena hasta más no poder, estaba traicionándome y suicidándome tristemente". Duras palabras que reflejan la crisis ideológica y estética que estaba atravesando.
En la raíz de esta crisis no solo está la convulsión social previa al conflicto, sino el amor como experiencia y urgencia personal que choca con las barreras de una moral provinciana. En una carta, dirigida a Josefina en 1935, Miguel le decía: " Por eso me gustaría tenerte aquí en Madrid, porque aquí nadie se esconde para darse un beso". El amor adquiere, por tanto, acento de pasión atormentada, de anhelo insatisfecho, de ansias de posesión. Teniendo este referente, El rayo que no cesa no debe entenderse como un poemario de amor pues lo que encontramos son poemas de un amor rechazado, de las angustias que causa el amor cuando la moralidad deja incompleta las relaciones amorosas, cuando el deseo se convierte en tormento. De ahí también las tentaciones de suicidio y la proximidad de la muerte constantes en la obra. No en vano, este libro comienza con los siguientes versos a modo de introducción:
Un carnívoro cuchillo
de ala dulce y homicida
sostiene un vuelo y un brillo
alrededor de mi vida.
Y es por eso que El rayo que no cesa nos revela, quizás por primera vez, la inmensa herida que sentía Miguel en su interior, poblado de inquietudes y presentimientos, encarnada en un fatídico cuchillo amenzando siempre su existencia.
En cuanto a los poemas seleccionados, los dos primeros sonetos me parecen que pueden entenderse como un todo que exalta el profundo sentimiento de pena; el segundo podría leerse como la continuación del primero. Versos como "donde yo no me hallo no se halla/hombre más apenado que ninguno" o "sobre la pena duermo solo y uno". No cabe duda de que "pena" es la palabra que repite insistentemente.
El segundo soneto añade a la pena el sentimiento amoroso, aunque tampoco está seguro de que pueda llegar a salvarlo. El poeta se presenta como un náufrago que busca en el amor esa tabla de salvación. El último terceto, muestra sin embargo, un atisbo de esperanza pues se esfuerza en eludir los malos presagios y va, entre pena y pena, sonriendo.
El tercer soneto es un ejemplo de esa urgencia del amor que hemos comentado: "una apetencia por tu compañía/ y una dolencia de melancolía / por la ausencia del aire de tu viento". Reclama abiertamente la presencia de su amada, sus besos son su sustento y quiere que venga para serenar "la sien del pensamiento".
Por todo esto, os invito a conocer la obra de Miguel Hernández y la hondura y autenticidad de sus versos pues en cada etapa de su vida muestran lo que sintió, según las experiencias personales y según su compromiso social y político.
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