10 enero 2022

La aventura del tocador de señoras

    Cuando sus piernas (bien torneadas y tal y cual) entraron en mi local de trabajo, yo ya llevaba varios años hecho un merluzo. Pero aunque con esta súbita aparición dio comienzo la aventura que me propongo relatar a renglón seguido, no dispondría el lector de los datos necesarios para comprender bien sus entresijos si no los retrotajese (al lector y el relato) a un momento anterior, e incluso a sucesos previos, y no expusiese del modo más sucinto un prolegómeno.

    El momento anterior al que he aludido fue aquel en que vinieron a decirme que nuestro querido director, el doctor Sugrañes, el compasivo, el misericordioso, me convocaba sin demora a su despacho. Al que acudí con más extrañeza que miedo, ya que por aquellas fechas el doctor Sugrañes no se dejaba ver de nadie, y menos de mí, a quien no había dirigido una palabra ni un ademán ni una mirada en los últimos tres o cuatro años, es decir, desde que se dio por archivado mi caso o, por lo menos, desde que fue traspapelada primero y definitivamente perdida luego la carpeta que contenía la documentación de referencia, de resultas de los cual cayó sobre mi persona física y jurídica un espeso silencio administrativo en el cual ni mi voz ni mis escritos ni mis actos habían logrado abrir la menor brecha. La causa de mi encierro había sido olvidada de antiguo y cono no había argumento alguno que la pusiera en cuestión, salvo los míos, y como sea que mi pasado remoto, mi aspecto externo y algunos episodios aislados de mi vida reciente (dentro y fuera de los muros del establecimiento) no favorecían mi credibilidad, sino todo lo contrario, nada hacía prever que mis días en aquel honorable hospedaje fueran a concluir salvo de modo harto macabro.

Así comienza La aventura del tocador de señoras (2001) novela de Eduardo Mendoza (Barcelona 1943) , quien recibió el Premio Cervantes en 2016.

Para esta novela Mendoza rescata a un detective aparentemente loco, un tipo sin nombre que de vez en cuando sale del psiquiátrico y se convierte en protagonista de una de sus novelas, enfrentándose a un misterio pintoresco. La primera huida fue en el inicio de la transición y se materializó en El misterio de la cripta embrujada (1978) . El laberinto de las aceitunas (1982) fue la segunda historia, situada en la Cataluña de los años ochenta. Y la obra que comentamos sitúa al excéntrico personaje como gerente de una peluquería en el barrio del Raval, donde desarrollará sus disparatadas andanzas detectivescas. 

¿Qué puede llevar a un hombre, que acaba de salir del manicomio y que es contratado por su cuñado como peluquero en una peluquería de señoras, a involucrarse en una trama empresarial corrupta en la que se ve obligado a entrar de noche en la sede de la empresa El Caco Español para robar unos documentos incriminatorios, prueba de las redes de las clases política y empresarial de Barcelona? No hay respuesta a esta pregunta ni siquiera el final de la historia.

Narrada en primera persona por el detective aparentemente loco pero que tiene más clarividencia y visión que el resto de protagonistas, da muestra del sentido del humor y del tipo de literatura cercana al estilo cervantino que profesa Mendoza. Situaciones rocambolescas en las que no se ve una salida fácil para el detective. A la vez, muestra una mirada incisiva sobre la burguesía catalana, los escenarios de la Barcelona pija y los personajes marginales, casi esperpénticos, tan recurrentes en la novelística de Mendoza. Todo ello con un estilo narrativo sencillo y directo, sin hacer abandono del uso de cultismos, arcaísmos así como del lenguaje popular en su más pura expresión. 

El primer contacto que tuve con Eduardo Mendoza fue la lectura de La verdad sobre el caso Savolta. Tengo que reconocer que en ese momento no llegué a conectar ni con la obra ni con el autor: fue una lectura obligatoria para el  temido examen de selectividad. Con el tiempo, le di otra oportunidad a Mendoza y la impresión fue totalmente diferente. 

Hoy, recomiendo esta novela que he presentado pues estoy segura de que no va a defraudar a nadie. Es una obra fácil para el lector común, divertida. La he trabajado con mis alumnos en algunas ocasiones y el resultado ha sido siempre positivo, así que... Ánimo y a leer.