"La vida puede resultar caprichosamente difícil cuando te han mimado demasiado en la infancia. Lina no pretendía que ese pensamiento, repetido hasta la saciedad por su familia con vocación de convertirlo en mantra, justificara su realidad en aquel desierto de hielo perpetuo, donde el invierno duraba ocho meses, la temperatura superaba los cincuenta grados bajo cero y los vientos del Ártico llegaban preñados de tormentas de nieve que alfombraban en varios metros la letal tundra de musgo y barro que se escondía bajo sus pies. Hacía mucho tiempo que había dejado de preguntarse por qué el destino había decidido vengarse de ella en aquel lugar al norte del paralelo 67.
Su vida había sido una fiesta hasta que alguien apagó la luz y unos brazos de hierro forjado le rompieron la existencia. Pudo haberlo intuido, haber interpretado las señales que ahora emergían claras y nítidas ante sus ojos, incluso con la ceguera nocturna que padecía desde que aquel infierno helado se había convertido en su único hogar, y que le hacía recorrer los barracones del campo de concentración convertida en una sombra. [...]"
"A lo único que temía era al olvido. Era su único lujo, que los recuerdos anclados en el pasado le abrigaran lo suficiente para no sentir el gélido presente que caía sobre ella. Sabía que un día de trabajo en el gulag restaba un año de vida, pero una noche de recuerdos la prolongaba meses. Agradeció que nada se borrara de su memoria. La memoria era el único rompehielos de la realidad del que disponía. La única vida que concebía para no ser vencida por el destino era un paseo por sus recuerdos. Es cierto que los recuerdos duelen y escuecen como lo hace el alcohol vertido sobre una herida abierta. Pero al final curan, sanan el cuerpo magullado y alejan la infección, aunque la cicatriz deje un tatuaje sobre la piel que nunca desaparecerá."
Estos fragmentos pertenecen a la obra Una pasión rusa, de la escritora madrileña Reyes Monforte (1975). En esta ocasión voy a comentar la novela que estoy terminando de leer; aunque no haya llegado al final, no creo que me decepcione y a día de hoy la recomendaría sin ninguna duda. Es una novela histórica, de hecho ganó el Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio 2015.
La novela presenta la historia de amor de la española Lina Codina (1897-1989) y el compositor ruso Serguéi Prokófiev (1891-1953). El relato se inicia con Lina recluida en el gulag, acusada de espionaje y traición a la patria (primer fragmento). Ese es el punto de partida y ella nos llevará al momento en el que conoce a Serguéi en Nueva York y se enamora de él.
Reyes Monforte dijo en una entrevista: «Carolina Codina vivió lo mejor y lo peor del siglo XX. Vivió en el Nueva York de los rascacielos, en el Carnegie Hall fue donde conoció a Serguéi Prokófiev, en un concierto, fue un amor a primera vista; vivió el glamour y el lujo; vivió en los años 20 en París, fue íntima amiga de Hemingway, de Matisse, de Cocteuau, de Coco Chanel, [...]. De un paraíso terrenal pasó a un infierno porque el matrimonio Prokófiev decidió volver a a Rusia engañado por Stalin, que les dijo que no iban a tener ningún problema, que iban a vivir y viajar en libertad y luego no pasó nada de eso y terminó condenada por espía, que era mentira, a 20 años en un campo de concentración ruso, en un gulag.»
El primer fragmento pertenece justo al principio de la novela; el segundo, a unas páginas siguientes. He seleccionado el segundo fragmento porque me ha gustado el valor que le da a la memoria, a los recuerdos. Es un tema que ya se ha comentado en otros autores que hemos presentado en este blog: los recuerdos como abrigo del alma, aunque puedan escocer, siempre curan.
La novela viene introducida por unas citas que también me han parecido muy interesantes a modo de reflexión. Son las siguientes:
Tenemos que vivir. No importa cuántos cielos hayan caído. D.H. Lawrence.
Fue entonces cuando aprendí que el amor no es solo una fuente de alegría o un juego, sino que también forma parte de la incesante tragedia de la vida, pues constituye tanto su condena eterna como la fuerza abrumadora que le da sentido. Nadezhda Mandelstam.
Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de firmas inconstantes, ese montón de espejos rotos. Jorge Luis Borges.
Podré quedarme solo, pero jamás cambiaré por un trono la libertad de mi pensamiento. Lord Byron.
Independientes, todas estas citas me resultan bellas y profundas. Leídas en el conjunto de la trama de la novela, estas citas se muestran como ejemplo de la esencia de la misma.
Al lector aficionado a la historia, esta novela le va a resultar fascinante, pues recrea con detalle los momentos más significativos del siglo XX. Al leer algunas páginas uno llega a pensar que está paseando por las calles de París...No obstante, el contenido histórico no llega a resultar pesado, ya que la autora, en mi opinión, ha sabido conjugarlo con la novelización del amor de Lina y Serguéi, consiguiendo el equilibro de ambos aspectos.
Por otro lado, es interesante también descubrir la obra del compositor. Yo de Prokófiev solo conocía su Romeo y Julieta, (bueno, una parte, no al completo) y me gusta mucho. A lo largo de la novela se mencionan muchas de sus obras y se observa el proceso de creación de las mismas. Esto invita al lector a acercarse a esas composiciones, para penetrar mejor en la esencia de la historia. Yo, por ejemplo, busqué en internet la obra de Prokófiev con la que Lina quedó impresionada y enamorada de él.
Una novela que ofrece rigor histórico, música y amor no puede decepcionar a ningún lector.
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