Vivir para contarla...
Mi
madre me pidió que la acompañara a vender la casa. Había llegado a Barranquilla
esa mañana desde el pueblo distante donde vivía la familia y no tenía la menor
idea de cómo encontrarme. Preguntando por aquí y por allá entre los conocidos,
le indicaron que me buscara en la librería Mundo o en los cafés vecinos, donde
iba dos veces al día a conversar con mis amigos escritores. El que se lo dijo
le advirtió: “Vaya con cuidado porque son locos de remate”. Llegó a las doce en
punto. Se abrió paso con su andar ligero por entre las mesas de libros en
exhibición, se me plantó enfrente, mirándome a los ojos con la sonrisa pícara
de sus días mejores, y antes que yo pudiera reaccionar, me dijo:
-Soy
tu madre.
Algo
había cambiado en ella que me impidió reconocerla a primera vista. Tenía
cuarenta y cinco años. Sumando sus once partos, había pasado casi diez años
encinta y por lo menos otros tantos amamantando a sus hijos. Había encanecido
por completo antes de tiempo, los ojos se le veían más grandes y atónitos
detrás de sus primeros lentes bifocales, y guardaba un luto cerrado y serio por
la muerte de su madre, pero conservaba todavía la belleza romana de su retrato
de bodas, ahora dignificada por un aura otoñal. Antes de nada, aun antes de
abrazarme, me dijo con su estilo ceremonial de costumbre:
-Vengo
a pedirte el favor de que me acompañes a vender la casa.
No
tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros solo existía una en el
mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de
nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años.
Este es el comienzo de la autobiografía de Gabriel García Márquez, que tituló Vivir para contarla. Título cargado de mensaje, pues para tener algo que contar hay que vivir en el sentido pleno de la palabra, hay que tener experiencias.
La obra viene precedida de la siguiente afirmación:" La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda". No le falta razón, la memoria juega un papel determinante en nuestra perspectiva final de cómo fue nuestra vida y no pocas veces nos juega alguna mala pasada. Por eso es tan importante el papel de lo escrito, de lo que pervive en los textos.
Siempre me han parecido sumamente originales y atrayentes los comienzos de las obras de García Márquez, del cual me confieso admiradora sin condiciones. En este caso, llama poderosamente la atención cómo se presenta la madre frente al hijo y cómo a este le cuesta reconocer a su propia madre...
Es una libro que invito a leer, no solo por conocer la vida de Gabriel García Márquez, una vida intensa ligada a distintos ámbitos culturales, sociales y políticos, sino porque es un compendio y una recreación de toda su obra, ya que vemos desfilar por estas páginas a los personajes que tanta gloria le han dado y que lo llevaron a merecer el Premio Nobel de Literatura en 1982. En estas memorias vemos cómo se formó ese universo literario, ese realismo mágico que gira en torno a Macondo y a las tradiciones de la tierra.
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